No te quedes, Señor,
en la soledad
de un templo vacío
y, en esta
hora, más que nunca
desciende a
los áridos y complicados caminos
donde se
debate el presente y el futuro del hombre.
Baja, Señor,
y comparte
la existencia
de aquellos que buscan,
en la vida y
con su vida,
una razón
para nunca perderte.
No te quedes,
Señor,
en el
silencio que algunos pretenden imponerte:
¡Habla! ¡Bendice! ¡Camina junto a nosotros!
Nunca, como
hoy, el mundo vacío
necesita
llenarse de algo.
No permitas,
Señor, que tu Cuerpo se haga invisible
después de
haberte multiplicado
en la gran
mesa de tus invitados.
No permitas,
Señor, que tu Sangre
quede
paralizada por la vergüenza
y la falta de
valentía, de aquellos
que decimos
creer y seguirte.
No permitas,
Señor,
que tu
Palabra quede enmudecida
por otras que
son falsas y que no conducen a nada.
¡Quédate, Señor, con nosotros!
Sin tu
Eucaristía, el corazón se enfría
Sin tu
Palabra, el pensamiento
se
racionaliza y endurece
Sin tu
presencia, se hace menos fraterno
y más egoísta
el caminar de cada jornada
¡Quédate, Señor, con nosotros!
Bendícenos en
esta mañana radiante y jubilosa
Penétranos
con un nuevo afán evangelizador
Llénanos de
vitalidad evangélica
Danos y
auméntanos el gusto por la Eucaristía
¡Quédate, Señor, con nosotros!
Haz que, cada
plaza y cada calle,
por donde Tú
hoy caminas
sean una
llamada a no dormir
el mensaje de
salvación que nos traes.
Hoy,
prometemos ante tu custodia, Rey de reyes:
ser tu cuerpo
allá donde alguien necesite tu mano
ser tu
Palabra, allá donde brote el desaliento
ser tu
rostro, donde exista el absurdo y el sin sentido
Hoy, ante tu
altar, Señor,
déjanos
prometer aquello que nos falta
para ser
auténticos miembros de tu pueblo;
déjanos
convencernos que, con la Eucaristía,
es como más y
mejor se viven los ideales
de una nueva
humanidad.
Pues bien
sabemos, Señor,
que la
Eucaristía es mirada hacia el cielo
para
desbordarse luego, amando, hacia la tierra.
Haz, Señor,
que nuestros corazones
queden, ante
la grandeza de tu presencia,
tocados por
tu gracia, iluminados por tu luz,
fortalecidos
por tu pan, ilusionados con tu Palabra,
y dispuestos
a abrirse ante aquellos hermanos
y situaciones
que nos reclaman.
Hace un
momento, Señor, nos has recordado:
“esto es
mi cuerpo” “ésta es mi sangre”
haz, que
nunca olvidemos, que también nosotros
estamos
llamados a ser tu cuerpo
y también tu
sangre,
en esta
realidad que nos toca vivir.
Quédate con nosotros, Señor.
Amén.
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